miércoles, 27 de mayo de 2015

PAISAJES PERONISTAS



Desde siempre estuvimos enamorados del paisaje peronista, de su modismo, de su genial simpleza, de su espíritu indomable y aguerrido, con esa pizca de rebeldía adolescente que nos hace abrazar con firme resolución todas las utopías humanitarias imaginables.  El peronismo es la patria de los sueños justos, el gran hogar de los que poco poseen, de los sin techo, pero con muchos sueños de dignidad.
Pero, por sobre todo, sentíamos que éramos lo mismo que ese vecino bueno y rudo que desde el interior de la patria llegaba a Buenos Aires desbordado de chacareras, ilusiones y esperanzas. La casa propia, el trabajo estable, la lucha para que los hijos estudien y superen las fronteras de sus padres y abuelos. Un futuro mejor de la mano de un justicialismo que los tendría como esencia de su propia historia.  
Juventud de compromiso social, militancia temprana con más pasión que razón. Días jóvenes en un barrio Trujui salpicado por baldíos con sus calles de tierra cansada. Desequilibrio párvulo que el tiempo sabio con su dulce implacable garrote de terciopelo se encargó de mesurar.
Indómito anhelo de no decirles yes a los yanquis. Sabedores que la lucha siempre es cultural abrazábamos cariñosamente a esa guitarra criolla generadora de incontables delicias, de alegrías sin fronteras entremezcladas con algunas lágrimas concentradas de inconmensurable emoción.  Deseábamos ser pueblo, ser solidarios y útiles a nuestro barrio; queríamos ser nobles soldados de Perón, envueltos en la gloria diáfana de una bandera azul y blanca con su refulgente amarillo sol en nuestro pecho.
Recordamos alegremente aquellos días juveniles en los que no teníamos miedo a imaginar, a soñar, a no colocarnos límites cuando nos lanzábamos hacia adelante en quiméricas proyecciones que nos permitían beber un poco de elixir espiritualmente embriagante de la libertad. Fue  en esos años cuando la relación con el Justicialismo comenzó como un romance épico sin fin. 

El Peronismo es un movimiento popular verticalista y profundamente nacional. La genuina vocación de poder de nuestro movimiento nos conformó en una formidable organización con específicas jerarquías de mando. A tal punto que, a lo largo de nuestra historia, muchos de los que nos combatieron finalizaron “sumándose a nuestras generosas filas”; el movimiento del General los recibió fraternalmente con calidez de hermanos.
       Somos la tan mentada ancha avenida del generoso Justicialismo. Esto permitió que numerosas corrientes se formaran a partir del eje madre que supo darnos Perón cuando creó el Justicialismo.

En este marco podemos decir que la corriente transversalista origina confusión e inoperatividad. El Justicialismo plasma sus postulados en la vida diaria a través de una acción organizada y adecuadamente disciplinada, somos un ejército de solidaridad llamados a brindar identidad y luz a toda América latina.
Calificamos las circunstancias y los eventos según el lugar ideológico en el cual estamos anclados, de esta suerte apreciamos que lo que es para unos correcto y loable, para otros es incorrecto y abominable. Los meros partidos políticos poseen enfoques más o menos rígidos. “Que se rompa, pero que no se doble”, “rígido y firme como el acero”; blanco o negro, bueno o malo conforman bases extremas de un pensamiento sin matices que fluctúa tormentosamente entre lo angélico y lo diabólico.
          Por otro lado, las corrientes movimientistas que conforman el poderoso espacio del “Pensamiento Nacional” exhiben una vocación de poder que los conduce a flexibilizar sus criterios en los necesarios acuerdos con otras fuerzas de acción, permitiendo ejercicios en mancomún que desembocan en el llegar a gobernar eficientemente y finalizar correctamente los mandatos constitucionales. Son estos pensamientos los que están alineados con el criterio de: “Como el junco ante los vientos, que se doble pero que no se rompa”. Sin lugar a dudas, persistir a lo largo de la historia con coherencia a la esencia doctrinaria que nos inspiró es un desafío mayúsculo.
          El Movimiento Nacional Justicialista y su insaciable sed de protagonismo social y político están en constante transición, es la “gran ancha avenida” que contiene aparentes disparidades filosóficas pero que se hermanan en el celestial lugar del bien común y la grandeza de la patria. El Justicialismo, luego de la muerte de su mentor, el tres veces Presidente de los argentinos, el general Juan Domingo Perón, siempre manifestó un “aspecto oficial” y una “cara disidente”. Acaso este fenómeno ¿no es una de las causas que permite al Peronismo reciclarse y pelear por el poder siempre? También evidencia una oposición política débil, incapaz de aliarse seriamente y más próxima a los tribunales (para denunciar) que de la Casa Rosada donde se ejerce el poder con políticas concretas y definidas.

No obstante, los grandes referentes de vida y conducta se han proyectado como un haz de luz magnífico a lo largo de la historia de los pueblos. Su pensamiento vivo trascendió por mucho la artera erosión del tiempo falaz y profano que pretende, a través del olvido, que perdamos nuestras referencias morales y espirituales. Alguien nos sugirió que cuando nos asaltara cierta confusión o desconcierto pensáramos: ¿Qué haría tal o cual prócer ante el dilema o duda que nos aqueja? Por supuesto, sabemos que muchos amigos y compañeros recurren al sólido edificio doctrinario peronista y así develan las momentáneas dudas. Estamos en todo de acuerdo con este método de referencia ideológica sobre criterios a adoptar.

Nosotros, además, recurrimos a una imagen siempre viva que guardamos celosamente en nuestros corazones. Esta es la figura límpida, nítida y energética del general Perón con su eterna sonrisa. Lo evocamos con camisa blanca y sus pantalones altos, casi interminables, que acariciaban sus zapatos brillosos recién lustrados. Pero también lo traemos a nuestras vidas con sus atuendos de general de la Nación Argentina, con su bagaje sanmartiniano de conocimientos militares, caminando pausadamente por los jardines celestiales de sus propios anhelos gloriosos de grandeza para nuestra patria. Pero, más allá de los transitorios atuendos, nos sentimos subyugados por su sonrisa sabia e infinita, comprensiva y cálida. En esa sonrisa laten aun hoy las esperanzas de tantos buenos militantes que no se prestan a ser confundidos ni manoseados… ¡Perdón, seguimos siendo peronistas de PERÓN! No necesitamos de intelectuales de cotillón o de profesionales de la comunicación que nos pretenden enseñar a balbucear, cuando ya hace tiempo aprendimos a hablar de corrido. No pretendan “regalarnos” el cuentito del joven YUPI burgués que, con tarjetas de créditos doradas, admira los otrora episodios de Sierra Maestra. 

De la confusión y el entrevero nada bueno sale. Los pueblos no se detienen a admirar simplemente un puñado de fotografías atractivas, más bien son protagonistas de la película heroica que se proyecta en la ardua cotidianidad de los duros jornales de trabajo. La historia sigue solemnemente empapada de auténtico peronismo. No necesitamos que nos subtitulen nuestra propia vida, está hablada y sentida en nítido idioma nacional. Hace un puñado de años, cuando el general Perón ya había retornado a nuestro país, un titular de un periódico decía: ¡”El general sonríe, el pueblo está tranquilo”!... Compañeros, a estar atentos, a no prestarnos a ingresar distraídamente en la licuadora ideológica. Somos hijos de una historia argentina que sigue abrevando en la cristalina fuente espiritual de San Martín, Rosas, Perón. Estamos inmersos en un drástico proceso de decantación con demasiados episodios dramáticos de por medio. Pero, tranquilos compañeros, el General PERÓN sonríe.


Y así fue desde los orígenes de nuestro Movimiento Nacional y Popular.
El 17 de octubre de 1945 nacimos a la vida pública mundial como un movimiento popular, nacional, humanista y cristiano. El pueblo en la Plaza de Mayo enarboló a JUAN DOMINGO PERÓN como su jefe indiscutido, en ese preciso instante, por imperio de los trabajadores y militantes sociales, nos constituimos como una estructura verticalista; la primera gran verticalista fue la compañera EVITA, la abanderada de los humildes, que aglutinaba poder en torno de PERÓN. 
Luego, algunos respetados intelectuales, los sinceros buscadores de “la quinta pata del gato” y los charlatanes de siempre “interpretaron esto y aquello”, al punto tal de tener más dudas que certidumbres, más confusión que claridad. El sol regala el máximo de calor en la tierra cuando sus rayos descienden verticalmente sobre el planeta, cuando cesan los vientos de la inquietud la lluvia generosa con su agua de vida cae rectamente sobre los cultivos sedientos. Por fin la pirámide jerárquica 

se establece democráticamente y en armonía, el llamado a participar está siempre abierto, el requisito único es la solidaridad a flor de piel para transformar nuestra sociedad en un lugar dignamente justo. Esto anhela EL PERONISMO DE SIEMPRE. Y ello implica un ejercicio, porque la doctrina y la solidaridad, el pensamiento político y la honestidad, las bases que nos sustentan y el amor a la patria ameritan un ejercicio cotidiano que fortalezca todo ello, fortaleciéndonos también a nosotros.

Con estas consideraciones podemos decir que el ejercicio de la virtud es el sendero ineludible que nos conduce al bello jardín de la espiritualidad. El pensamiento virtuoso es el que posee ideas límpidas y desinteresadas que, como consecuencia inalterable, devendrán en acciones positivas y fraternales. La devoción por la virtud nos libera del los vicios. En este sentido, recordamos una célebre sentencia del gran filósofo Chino Confucio que dice: “¡Los vicios vienen como pasajeros, nos visitan como huéspedes y se quedan como amos!”. La consagración nuestra para con la acción virtuosa nos protege de los males de la holgazanería y el egoísmo.
Comprendemos como virtud aquellas acciones conscientemente positivas y correctas para el desarrollo intelectual y espiritual de nosotros mismos al servicio de la humanidad. Es la virtud el perfeccionamiento de cualidades éticas que nos permiten enaltecernos como individuos dignos de un alma generosa.
En la lucha por perfeccionarnos y abrirnos camino en el sendero del progreso, la virtud es un incomparable escudo y la voluntad un filosa espada. Todo esto subordinado a una disciplina constantemente espartana de ser nosotros mismos la pequeña blanda gota de agua que golpeando una y otra vez perfora la dura piedra de la necedad humana. 
Cuando más dificultades se nos avecinan, más introspectivos nos volvemos, ya que en nuestro interior fluye el manantial dinámico de nuestras propias fuerzas. Entonces, en vez de ceder y darnos por vencidos, nos aferramos fuertemente a nuestras convicciones y nos lanzamos al campo de batalla, espada en mano, para luchar por nuestra historia y principios. En nuestra sangre laten vivas las victorias pasadas, los combates ya dados, reposan en nuestra mente las colinas ya conquistadas. Entonces una y otra vez nos arrojamos a la dura contienda, conscientes de que daremos digna lucha hasta derribar toda dificultad. Sabemos que abundantes serán los tropiezos y las piedras que intentarán bloquear nuestro derrotero, pero uno a uno serán sorteados todos los escollos.
Sabemos de las grandes dificultades, pero sólo concebimos en nuestra alma el triunfo y la gloria final. Las horas reclaman dinamismo; el viento libre hace ondear dichosa nuestra bandera. Verla danzar orgullosa en lo alto de nuestros mástiles nos llena de emoción. La adrenalina parece un río bravo y apenas controlado en su curso que corre velozmente hacia el infinito mar.
Practicar el bien hacia toda la humanidad es el objetivo. Buscar enaltecernos con la práctica de la abnegación es correcto. Compartir con todos los perfumes de las flores y los colores del arco iris es una dichosa obligación. Sin olvidar jamás que: “¡La victoria ama a los preparados!” así es que la vida toda es un gran entrenamiento en el arte de persistir y aprender a amar la existencia infinita.
Mientras, una breve licencia nos asalta y, apasionados por la belleza de la verdad, caminamos dando gracias a DIOS por la oportunidad que nos da de poder luchar para poder ser mejores personas. Este pensamiento que parece lejano en el tiempo y la distancia, que presuntamente nos lleva imaginariamente hacia senderos ajenos de toda cotidianeidad, son cuestiones constantes del pensamiento humano que se plasman a diario, aunque no lo percibamos, en nuestras acciones de todos los días. Por eso ofrecemos este trabajo con sentido de gratitud hacia ese barrio Trujui que tanto nos enseñó y enseña, como una facultad con estrados por doquier. Como un templo con incontables altares, Como un florido jardín saturado de excelsas fragancias. Es el barrio de la provincianía presente en cada patio, de hombres españoles, italianos y alemanes que huyendo del hambre de la guerra adoptaron a la Argentina como su nuevo hogar para siempre. Sin jamás volver a aquella tierra que los vio partir con sus ojos llenos de lágrimas. Sólo un puñado de costumbres y canciones, de refranes y pujanza que con la dimensión de cultura irrestricta brindaron a sus hijos, los cuales en su mayoría abrazaron la causa del gran General Perón.